La espada de la verdad 11 by Terry Goodkind

La espada de la verdad 11 by Terry Goodkind

autor:Terry Goodkind [Goodkind, Terry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: SF
publicado: 2011-06-09T05:00:00+00:00


todo lo demás. Fue en nuestro beneficio.

»Cualquier bruto podría encender la conflagración; este nuevo título muestra vuestra visión moral..., otra manifestación de valía por encima de otros hombres. He plantado la semilla vital que os convertirá en un héroe ante la gente corriente y, más importante aún, ante los sacerdotes. ¿Vais a fingir que consideráis el título inadecuado?

¿O que no os servirá bien?

»Lo que he hecho yo sola ayudará a obtener lo que vuestro poderoso ejército no puede: lealtad voluntaria sin una batalla, sin coste. Con la vida de Kadar, yo, Nicci, os he convertido en más de lo que os podíais convertir por vos mismo. Yo, Nicci, os he dado la reputación de la probidad. Yo, Nicci, os he convertido en un líder en el que el pueblo confiará porque creen que sois justo.

Él reflexionó, apartando la vista de la mirada ardiente de la mujer. Su brazo finalmente se extendió y los dedos recorrieron con ternura el muslo de la mujer. El roce era un admisión para él..., una admisión de que ella tenía razón, incluso aunque no quisiera decirlo en palabras.

Al cabo de unos instantes bostezó, y luego sus ojos se cerraron. Su respiración se aquietó, y empezó a sumirse en un sueñecito, como era su costumbre con ella. Esperaba que ella permanecería justo donde estaba, de modo que al despertar la encontraría a su disposición. Nicci supuso que podría marcharse. Pero no era el momento. Aún no.

Jagang despertó al cabo de una hora. Nicci seguía con la vista fija en el dosel, pensando en Richard. Parecía que a su plan le faltaba una pieza, una cosa más para que encajara.

En su sueño, Jagang había rodado sobre el costado de espaldas a ella y ahora, se volvió. Sus ojos oscuros la examinaron con una expresión de lascivia reavivada. La apretó contra él. El cuerpo del emperador ardía como una roca al sol y era sólo ligeramente más blando.

—Compláceme —ordenó con un gruñido ronco que habría obligado a cualquier otra mujer a obedecer la orden.

—¿O qué? ¿Me mataréis? Si temiera eso, no estaría aquí. Esto es por fuerza, no consentimiento. No tomaré voluntariamente parte en ello, ni permitiré que os engañéis creyendo que os deseo.

La golpeó con el dorso de la mano, derribándola sobre la cama.

--!Tomas parte voluntariamente! —La sujetó por la muñeca y la arrastró de vuelta a él—. ¿Por qué, si no, estarías aquí?

—Me ordenasteis que viniera.

—Y viniste cuando podrías haber huido —replicó él, con una sonrisita.

Ella abrió la boca, pero no tenía una respuesta que expresar con palabras, ninguna respuesta que él pudiera comprender.

Con una mueca victoriosa, cayó sobre ella y presionó sus labios contra los de Nicci. No obstante el daño que le hizo a ella, para Jagang aquello era un comportamiento delicado y le había contado innumerables veces que era la única mujer a la que tenía ganas de besar. Parecía creer que expresando esas emociones por ella, Nicci no tendría otra alternativa que rendirle sentimientos de la misma especie, como si los sentimientos expresados fueran una moneda de cambio con la que podía comprar afecto cuando quisiera.



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